Felipe Vegue. Presidente de ARRECAL y de la ONC

Me encantaría que los ultra­crepidianos que opinan sobre cuestiones que a todas luces les vienen grandes y carecen del mínimo conoci­miento sobre lo que es y cómo se desa­rrolla la ganadería en extensivo tuvieran que asistir obligatoriamente a un curso con ganaderos al menos con un trimes­tre de trabajo y manejo animal. Actual­mente compruebo que las ideas sobre el lobo difícilmente son fruto del pensamiento personal sino impuestas a fuerza de contar medias verdades y cómo asis­timos a una tendencia casi imposible de entender de lo difícil que es que la gente cambie de opinión en este asunto.

Cómo explicar entonces que una minoría cambie radicalmente la forma de vida elegida por personas que desde tiempos inmemoriales han conservado con un acertado criterio y en armonía la conservación de recursos naturales y hoy en peligro por culpa de la caza de brujas a la que están· siendo sometidos los ganaderos, amén de otros colectivos del medio rural. Cómo explicar que, por culpa de la pasividad de las distin­tas Administraciones, se pueda cambiar radicalmente y en contra de su volun­tad a una sociedad rural con una doctri­na ultranacionalista más propia de paí­ses en creación que en sociedades de la vieja Europa y que además acaben en un amplio consenso.

Que nos estamos dejando hacer es un hecho. ¿Cómo es posible que un mínimo de población de menos de un tres por ciento se convierta en juez y cus­todio de un territorio que no le corresponde, que lo someta con sus disparates e intolerancia y sin ninguna responsabi­lidad a una gran mayoría social?

PUES ESTO YA ESTÁ OCURRIENDO.

Esta minoría organizada y bien subvenciona­da ha contaminado con ideas abstractas a una amplia mayoría de la población y, además, ocupa puestos en el siste­ma decisivo del país, con lo cual impo­nen su criterio con la misma fuerza con que asumen su intolerancia. La red que han tejido en la sociedad es tan intrin­cada, tan espesa y tan lejana y desco­nocida para el hombre del campo que las únicas relaciones que este estable­ce con ellas están basadas en el ordeno y mando, aplomado de prohibiciones y escandalosas consecuencias penales si faltas a la norma.

Y con el lobo, ¿qué hacemos? ¿ Cómo explicarnos que con el mode­lo anterior disponíamos de herramien­tas que aseguraban la convivencia, que permitían a este animal mantenerse en el territorio y prosperar colonizando zonas lentamente y dando tiempo a la adapta­ción que su presencia imponía? Ahora depende de las decisiones que han toma­do políticos que nunca han tenido pro­blemas en sus territorios por su acción predadora y que nunca entenderán cómo es convivir con este cánido.

Mientras pensaba en cómo se podría solucionar el tema cada vez veía más claro que la solución ya la teníamos, con sus luces y sombras, en el modelo anterior. En comunidades como Casti­lla y León este animal formaba parte de la vida de nuestros pueblos y aun­que todo es mejorable si de tener lobos en convivencia con el ganado extensivo se trata, no hay otra fórmula que el con­trol mediante la caza de una parte de la población y de los individuos conflicti­vos en zonas de colonización.

Con la caza se conseguían más beneficios que perjuicios. Los lazos de la sociedad con el cánido se iban adap­tando a una serie de mecanismos regu­ladores que hoy en día la intolerancia ha roto y que tardaremos décadas en volver a restablecer. El costo social es actualmente insoportable y no tarda­remos en ver sus consecuencias de las que, seguro, el ganadero y el lobo sal­drán perdiendo.

Artículo publicado en la revista TROFEO.